“Esta dinámica social que han creado las elites para enriquecerse más, y una vez enriquecidos la usan para culparnos de un supuesto cambio climático, ha reducido la capacidad por parte de la población de dilatar las recompensas en el tiempo, y ha establecido una cultura neuroadictiva, dependiente de los inyecciones o disparos de dopamina que se producen en nuestro cerebro cuando obtenemos un premio. Eliminando con esta cultura cualquier tipo de motivación endógena que es la que se origina naturalmente en nuestro cuerpo.
Imaginemos una sociedad dependiente continuamente de recibir refuerzos para funcionar porque su cerebro ya solo responde a ello, es una sociedad idiotizada”. De hecho no hay que imaginarla, solo basta con ver nuestro alrededor pues ya vivimos en ella. “Es una sociedad que no es capaz de luchar por los ideales, por una motivación interna no dependiente de su entorno, una sociedad sumamente obediente o domesticada que hará todo lo que los poderes del mundo deseen, en cada momento con tal de recibir una migaja que active su sistema dopaminergico.
Es una sociedad enganchada a las pantallas, a la pornografía, al juego, a las sustancias cuyo consumo recreativo se va tolerando progresivamente cada vez más por parte de la clase política, y por supuesto sin ninguna buena intención. Enganchada a los estímulos y refuerzos para poder funcionar, esta es la sociedad que están creando.
Anteriormente se usaba el sistema de apartado, que eran pequeños negocios a los que se les iba abonando dinero y el producto no se obtenía hasta haberlo pagado. Este sistema va a ser algo que no va a volver, porque el sistema económico de nuestra sociedad está configurado de una manera donde los gigantes empresariales siempre quieren más, y por la dinámica mental de las personas ya predispuestas a la recompensa inmediata.
El problema radica en que estamos a puertas de una crisis económica grande, igual o peor a la de 1929, y cuando llegue veremos quien resiste en términos de salud mental a la nueva cultura del austericidio eco. Una cultura de frustración crónica, de no tendrás nada aunque quieras por el bien del planeta. Por ejemplo en Canadá ya empezó esta dinámica, donde ofrecen una salida a las personas que se ven afectadas por todo esto, si estas deprimido(a), no puedes con tu vida o tienes escasez económica, puedes optar por la eutanasia.
Esta cultura neuroadictiva y cortoplacista que las elites crearon y de la cual ahora nos culpan por destruir el planeta, debemos sumarle un refuerzo en términos de cortoplacismo, y ese refuerzo es el estrés, el cual envuelve nuestra dinámica social… que la ola numero mil del COVID, la inflación que hace que el dinero no alcance, la amenaza de la recesión económica, la guerra y sus rumores”, la crisis energética, la crisis alimentaria, “y todo nos sumerge en un estado de estrés y alerta que nos hiperactiva, situándonos en el ámbito de la reacción y no de la acción.
Reaccionamos como bien podemos a lo que nos va sucediendo, para ver cómo se llega a final de mes, como se pagan las facturas del invierno, y en ese aturdimiento por tanta cosa que pasan y los retos a los que nos enfrentamos, no somos capaces de parar, reflexionar y tomar decisiones sabias que nos permitan ir mas allá de lo que nuestras narices pueden ver, que nos permitan luchar no por el ahora, si no por el mañana para recuperar el bienestar que nos quieren quitar por la malas.
Este estrés elevado y continuado en el tiempo avoca nuestra sociedad ya predispuesta neuro-cognitivamente, a la dependencia adictiva del refuerzo continuo a una búsqueda mayor de evasión, y aquí es donde encontramos la respuesta a esa pregunta del porque la gente permite tantas cosas como la agenda 2030 y no se manifiesta en contra de tantos atropellos. Y es que resulta que tienen a las personas muy ocupadas mentalmente en la lucha diaria y en como evadirse de esa lucha por la dificultad que supone para una mente aturdida y noqueada por el afán y esclavizada por esa cultura neuroadictiva”.
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